Ana Rosa está disfrutando esta siesta de miércoles de una invasión de mariposas blancas en el jardín. Es una escena contrastante con lo vivido apenas hace dos días: “Cuando empezó la tormenta, cerramos la puerta y dejamos la ventana abierta. En ese momento se descargó un rayo en el patio del frente de la casa, a un metro y medio de donde estábamos. Fue tan grande que iluminó todo el patio”.
“La descarga eléctrica dio hasta el umbral. Fue un susto muy grande que nos agarró de sorpresa. Las esquirlas del horcón y de la enredadera pegaron como latigazos en la puerta. Guardé las hojas quemadas, pero lo sorprendente es que vivo en una zona donde hay pararrayos: frente al Cristo, en la entrada a la Banda del río Salí. Acá hay pararrayos en YPF atravesando la rotonda, en Changomas, la VTV, La Poderosa, en fin, estoy rodeada de pararrayos, pero cayó en mi patio”.
Con la secuencia sónica todavía en sus tímpanos, Ana Rosa evaluó después lo que pasó y no es más que un eslabón de una cadena de sucesos fenomenales que le han ocurrido desde los 6 años: “No soy una persona común: he sobrevivido al cáncer desde los 6 años, he sido cuidada por la iglesia jesuítica, mi vida está basada en el fundamento de la fe, la oración, de cantarle a Dios. Mi voz, de hecho, es un milagro: no debiera existir por todas las operaciones en el cerebelo y al costado del cuello que he sufrido. Tener cognición y haber superado la rehabilitación ya es un milagro”.
“Estoy acostumbrada a los milagros de Dios, pero esto ha sido diferente: una cosa es rehabilitarse de un cáncer, pero otro es que te caiga un rayo en la puerta de tu casa y vivir para contarlo. Fue mi hijo quien me contuvo: yo tenía miedo. Si el rayo caía 20 centímetros más adentro, partía la loza del techo, nos fulminaba. El rayo cayó media hora antes del diluvio, pero ya llovía. Fisuró un poco el piso una raya, vibró todo y lo que vi a continuación es un milagro de Dios”, relata Ana Rosa al diario el tucumano, mientras mira de reojo el cielo capeado nuevamente con alerta meteorológico.
“Cuando pasó todo, me puse a barrer las hojas y me di cuenta que era imposible que esa pequeña fisura se tragara el agua con la fuerza del remolino que se formó. Lo que dejó la caída del rayo es apenas una ranura, ni siquiera está marcado el piso. El remolino es un milagro de Dios: se tragaba el agua. Pese a que tengo un pozo de contención para tormentas, el agua empezaba a entrar como un río, venía de la ruta, se desbordó y entró por mi casa. El agua empezaba a inundarnos, llamé a Defensa Civil, me dijeron que estaban sobrecargados, luego al vigía y me dijeron que iban a mandar un móvil: no iban poder parar el agua, pero debían bajar la llave de la luz”, explica Ana Rosa, quien aferrada a los brazos de su hijo Ariel, tuvo una idea celestial.
“Le dije a mi hijo: ‘Poné música cristiana, estamos en la mano de Dios’. Lo pusimos, ya estábamos mirando resignados, de repente empezamos a mirar el remolino a un metro de donde caía el agua, y absorbía toda el agua como si fuera una olla. No dudé en decirle a mi hijo: ‘¡Gloria a Dios, es Dios, Ariel!’ El rayo hizo vibrar las napas inferiores: estamos a metros del puente Lucas Córdoba, todo el lecho es arenoso. Es la única explicación que encontrábamos, mientras el remolino seguía succionando todo”.
Cuando Ana Rosa busca los motivos sobrenaturales de la tormenta de furia que azotó a Tucumán el lunes, no duda: “Yo creo que Dios está muy enojado con la ley del aborto. Lo pensamos mientras veíamos el agua, la violencia del agua. Estábamos dispuestos a lo que sea: si Jesús pasó el calvario, por qué nosotros no vamos a tener que pasar pruebas ni tribulaciones. Mientras se iba el agua, yo temblaba de emoción y agradecimiento: nos iba a hacer pedazos, yo estaba agarrada a la reja, ríos, ríos de agua entraban, pero el remolino secó todo. Cuando vimos el remolino tuvimos la conciencia de que era un milagro: un pozo nunca podría tragar tanta agua, la avenida San Martín era un río, todo sucedía frente al Cristo, en una hora estaba desagotada mi casa. Fue Dios. Fue un milagro”.